viernes, 26 de abril de 2013

jueves, 15 de marzo de 2012

Mark Lanegan - Blues Funeral


¿Cómo hablar de algo sin nombrarlo? Ponerle un nombre a lo que hace Mark Lanegan; decirle voz, ronquido, canto o expresión; todo da igual. Todo es inexacto. En Blues Funeral, su último disco, Lanegan vuelve a mostrar lo que hace; suena como si cantaran un millón de antepasados, recuerdos noventeros y campos de algodón; todo saliendo de su sola mandíbula. Y como si fuera poco, las composiciones y la instrumentación del disco no son homogéneas; se condensan en la diferencia -en lo incondensable; los temas no se acotan a un estilo, a un sistema y volvemos al principio: ¿cómo hablar de algo sin poder darle un nombre?

Por momentos es bueno salir del sistema electro-pop publicitario que hoy abunda. Y para eso, qué mejor que el rock: cualquier métrica, cualquier escala, cualquier estilo está en su adentro. Género de géneros, desde el blues como en Bleeding Muddy Waters hasta el disco de Ode To Sad Disco, o del hard-rock de Riot In My House al folk de Leviathan; el rock lo permite todo. Y por otro lado, en Blues Funeral Lanegan se nutre de su propio y más íntimo sistema: rodeado de nombres como Alain Johannes, Jack Irons, Josh Homme o Greg Dulli el disco se vuelve imparable. Sin olvidar a Chris Goss, creador de Masters Of Reality y fundador de una manera de hacer bandas tan clara como anti-sistémica y verdadera: todos tocan con todos. Así, rodeado de amigos y sonidos, la última obra de Lanegan nos transporta a Ian Astbury o Dandy Warhols (Quiver Syndrome), al buen U2 (Harborview Hospital), a Soundgarden o Crosby, Still, Nash & Young (Leviathan) y hasta a Portishead (Deep Black Vanishing Train); y obviamente a Screaming Trees.

Es que al margen del slide, la caja de ritmos o del Hammond, Mark Lanegan, que escribe y compone cada tema del disco, es de una raza de otro planeta que hace mojarse hasta al rockero heterosexual más recalcitrante. Quien haya tenido la suerte de haberlo visto en vivo quizás entienda mejor: su voz no se eleva cristiana al cielo, sino que desciende del escenario como lava hasta los pies de los mortales. Tiene subwoofers en las dos pelotas. Y en St. Louis Elegy las muestra. Un blues que ironiza con la idea de Jesús y canta borracho de lágrimas, sincero, la mujer que ya no está y el invierno está llegando. Y todavía no encuentro cómo definirlo. Quizás me cuesta, no sólo por lo que hace, por lo que hizo, sino por imaginarme lo que va a hacer. Que nunca va a parar. Vivido y por vivir. Hasta que le explote la garganta.


(para afterhoursintokio.com.ar)


miércoles, 22 de febrero de 2012

Recomendaciones

Lenaro. Tres generaciones y un secreto transmitido al oído, nunca escrito, de padre a hijo. A través de esta secta en carromato, se presentan el hijo y el ñieto del creador de: la Empanada de Mariscos. La textura seca y espumosa de la masa-after-fritanga se fusiona como culo y calzón con el mar. Langostinos o atún; de centolla o de mariscos; muzzarella con panceta o roquefort. Y la publicidad, si es que es: un señalador. La logia, Lenaro, queda en Av. Mitre Nº 913, Miramar.

La Ciudad de los Puentes Obsoletos, de Federico Pazos. No es el no-final de esta novela gráfica lo que hace track: es la llanura de lo escirto, los personajes que son pero no tanto, un Marcelo Cohen desterminado, la historia que no está “a la altura del dibujo”. Pero por eso último, por ver la estación de Retiro dibujado por Pazos, cómo la línea gruesa y el color que cubre días enteros y equilibra la historia barroca, apolillada, y sobre todo por la idiosincracia entre el texto y el dibujo, por una especie de sensibilidad indie (sic), sí, es que volvería a agarrarla. (La Editorial Común).

Berlín, de José María Brindisi. Sorpresa. En una librería en una galería en una peatonal encontré la primera novela de Brindisi. El realismo y lo local le ganan al margen y de pronto el mundo entero, externo e interno es el ring. El odio, los amigos, el humor por cómo mira y el amor. El deseo de querer salir corriendo del encierro o del pasado o de papá. Y como si fuera poco propone con o sin querer, escuchar Berlin, de Lou Reed. Ese disco que termina arriba, hermoso, en flor, rumiando una y otra vez: sad song. (Ed. Sudamericana).

A Young Person’s Guide To Mark McGuire. Desde que escuché hace unos años Tidings / Amethyst Waves nunca supe cómo describirlo y convencer a algunos otros para que lo escucharan, más que diciendo que es un pendejo que más que poeta parece un arquitecto y obrero, a la vez, de la guitarra. Semejante calibre de cursilería no me sirvieron para nada. El año pasado, Mark McGuire, que ya se convirtió en una playa, en sus cabañas, en un pueblo, en un mapa, sacó una guía para recorrerlo. El que elije el viaje-turista, abstenerse. Gran, enorme, disco. (Vía Internet).



Tashaki Miyaki - Tashaki Miyaki (EP) 2011



'Tashaki Miyaki', de los californianos Tashaki Miyaki, es un EP de verano. Para que esta definición simpática no se vuelva apática, me pregunto qué quiero decir con “un disco de verano”.
Quiero decir, un disco para escuchar en el auto de quien tenga -la suerte de tener- uno, las ventanillas bajas, calor, mucho calor y, fundamental, la despreocupación por el clima. Tashaki Miyaki no hace música para alimentar la neurósis o el bajón, ni llena las letras de pirotecnia emocional porque hizo un disco de verano. Las cañitas voladoras ya están de fondo, como la tarde fresca de las ocho y media o los adornos navideños.

Tashaki Miyaki parece citar una de las máximas de Josh Homme: Go With The Flow. Hoy, nada es tan grave. Sin embargo, no sé si efectivamente lo hicieron para el verano y de hecho supongo que no, pero si sé que no lo sé, entonces lo que me queda es preguntarme ¿qué lo hace que sea para mí un disco de verano, a pesar de que haya salido en su otoño natal?
En Somethin’ Is Better Than Nothin’ tienen esa languidez tan Spaceman 3 y en Happiness ese canchereo tan The Dandy Warhols. Usan reverb a lo Galaxie 500, y además la voz de una mujer. Combinación que por momentos me transporta a Mazzy Star; el campo, lo gótico, la paja y el verano. Y encima hacen un cover. De las tantas maneras que hay de hacer un cover, hay dos que son bien conocidas: la primera, la más solemne tal vez, es la de destruir el original y reinventar el tema (Sweet Dreams (are made of this), de Eurythmics hecho por Marilyn Manson), y la otra es adaptar el tema al lenguaje personal de la banda, sin perder de vista la versión original (Down In The Park, de Gary Numan, hecho por Marilyn Manson). Tashaki Miyaki hace su versión de Heartbeat (temazo interpretado por primera vez por Buddy Holly) en la segunda línea de cover: suena limpio, relajado, varian el groove del original y siguen sonando a Tashaki Miyaki zapando Heartbeat. Y es eso lo que recibo de ellos: un sonido que está cuidado desde la despreocupación.

Sé que suena contradictorio, pero terminando el 2011, cosas que hace diez años parecían contradictorias u ofensivas, hoy ya no. Por eso me animo a decir que éste trabajo no es sensacional, se repiten la mitad de los temas con tomas alternativas que no suman (sino que restan), pero así y todo tenemos a la fantástica Somethin’ Is Better Than Nothin’. Que acá se dice, peor es nada.

(para afterhoursintokio.com.ar)


martes, 22 de noviembre de 2011

Personal Fest 2011



INXS. Calle 13. Sonic Youth. Qué combineta. El pasado 5 de noviembre, sábado, tocaron los tres. INXS arrancó nueve y media sin el privilegio del atardecer ni las estrellas, ni temprano ni tarde, con un cantante desaforado y agradecido como un paciente de la Madre Teresa. Ciaron Gribbin hace un show. Ya había fumones esperando a Sonic Youth, matrimonios devorados por el tiempo, el dolor de columna y alguna mujer de pelo corto bailando su pasado. Elegantly Wasted, Devil Inside o la versión que hicieron de Original Sin sonaron limpios, bailosos, directos al beat. Hicieron una versión más que melosa de Beautiful Girl, un tema de Gribbin que mejor olvidarlo y temas como Suicide Blonde, Heaven Sent o New Sensation donde sacudimos la punta colorada de la goma luminosa. Menos las hijas del matrimonio, Blackberry en mano, que hicieron preguntarme por el espíritu festivo de cada uno. Antes de terminar la hamburguesa, Kirk Pengilly estaba tocando el saxofón mientras el nuevo cantante que no dejó de nombrar a Hutchance y Buenos Aires hasta este momento, con una remera de Argentina empezó a patearle pelotas al público. Terminé el cotizadísimo hielo con cola y fui a Calle 13.
La primera diferencia entre INXS que escuché por herencia, y Calle 13, que escuché por bombardeo audiovisual, es que a la banda de Residente, Visitante y PG13 me dio ganas de aplaudirla. De hacer ruido. Desheredado INXS, Calle 13 ya sonaba antes de empezar. Entraron con cuenta regresiva y todo, dejándome con una zapatilla parada en la fiesta y la otra desconfiando. Ya habían empezado los empujones, las luces y los temas para mover el culo. Es verdad que René habla y lucha y queda bien con los compañeros, pero una vez que arranca, en quince segundos arma una Kermesse de la que es casi imposible escapar. No Hay Nadie Como Tú, la dedicatoria a Facundo Cabral, el Baile De Los Pobres, algún tema del primer disco y los distintos estilos (reggaeton, punk, jazz, etc.) llevados por Visitante a zapadas zarpadas no pierden el eje. Bailar. Por momentos es una murga psicodélica y las letras de René son para reír o reír. PG13 es la que hace llorar. Canta, calienta y brinca sobre serpientes. Una Fiesta De Locos. Pero viendo este último tema desde el campo de en frente, la ansiedad por ver a los newyorkinos era cada vez más insostenible.
A esta altura el Personal Fest era una especie de arena movediza publicitaria que tenía pasillos llenos de marcas, personas llenas de marcas y de casualidad unas cuantas bandas tocando. Yo iba al revés del que me pedía bailar y más de la estatua que rumiaba cuando yo probaba mover los pies.
Sonic Youth fue al revés. Estaban en el escenario sin tocar. Kim Gordon con el monitor bajo, Thurston Moore probando pedales, Steve Shelley y Lee Renaldo listos para el desastre y Mark Ibold (Pavement) cabeza gacha mirando el bajo. Abrieron con dos temas de The Eternal, Sacred Trickster y Calming The Snake. Thurston Moore ya enloqueció y faltan once temas. Suena como entrar en una ballena (The Test, Chemical Brothers) y salir expulsado al final del tema, producto de años de constipación (Calming The Snake). Hasta acá las letras no importan. Siguieron con dos temas de Sister y dos de Daydream Nation tocando casi en el círculo de Neil Young & Crazy Horse (Hot Festival 2001). La voz de Moore como una malteada vieja de Apu (Kotton Krown) y Lee Renaldo canta a Neil Youg cuando dice 1968, 1947, 2006, now it’s all behind you (Hey Joni). Llegan a Tom Violence (EVOL) y da la sensación de haber estado viendo una banda que ya no tiene la fuerza de la juventud, pero la transforma en lo que suena. Otra fuerza, que viene de una música que hace bien y hace mal.
Ya para la última parte del show tocaron What We Know. Qué puedo decir; ya es hit en mi cabeza. Lo tocaron después de White Cross, y antes de Brave Man Run (In My Family) enganchado con Death Valley ’69, dos temas de su disco que sin la obstinación fantasmagórica de EVOL ni la alta fidelidad de Dirty, hace del toque amateur un arte, o al revés, a partir de una artesanía musical una bola de ruido como de fuego gigante (Bad Moon Rising). Steve Shelley toca al revés de como algunas figuras clásicas (Axl Rose, Roger Waters): lo hace mejor que nunca, y con Lee Renaldo forman un satélite aparte, con Mark Ibold semitransparente entre los dos tocando guitarra o bajo. Mientras tanto Moore y Gordon gritan “Hit it” y después de lo arenoso de la letra la voz de Kim Gordon sale volando en círculos alrededor del escenario.
Sugar Kane. Dos guitarras, dos bajos y Steve Shelley. Durante trece temas el escenario fue una calesita gigante, por momentos una noche de feria y por momentos una nave espacial con zapadas, todas mejores que en los discos. Thurston Moore mantiene esa ira calculada, se revolea a sí mismo y tiene la cara como borrada, vieja desde hace treinta años, y lo mantiene joven. Y me tienta a decir eterno. Como me tienta terminar diciendo I love you, Sugar Kane. Pero los fuegos artificiales nunca me aburrieron tanto (Personal Fest 2011).


Summer Camp - Welcome To Condale



El humor a veces es un juego de verano entre la música y los ojos. Desde Better Off Without You, primer tema, simple y video del disco Welcome To Condale, Summer Camp parece armar ese juego haciendo reír y después música, o música para la risa. Así Brian Krakov introducida por Jeremy Wasley hablando con ánimo de “guarda que vengo, eh”, me transporta a Volver Al Futuro con la banda sonora de That Thing You Do!, interpretada por Jim Carrey en 'I Love You Philip Morris'.

I Want You comienza con un diálogo entre dos personas que me vuelve voyeur de esa conversación y de lo que viene después: una declaración de amor que es menos original que otras letras anteriores, más ácidas tal vez, con desarrollo, pero sumada a la música ésta tiene vida. Quizás o sobretodo 'Summer Camp' sea sólo pop (Losing My Mind). Una especie de retro-pop que nos transporta a una alfombra en la que un chico cruzado de piernas y con remera roja mira tele de domingo y la película prepúber es muy mala. Does [post-teen] Humor Belong In Music? (Frank Zappa). Gwen Stefani llenaba de caras bufonas las fotos en la época de estampados escoceses y Tragic Kingdom, que esta en Nobody Knows You como un eco, rebotado en los ochenta. Hace años en Requiem, parte de la música de los ochenta me sonaba a una mezcla de pop con casi cualquier cosa. Pop para bailar (Down). No le hacen honor al título del disco con el octavo track (Welcome To Condale), pero lo hecho según quién lo mire hecho está. En We’ve done forever canta Elizabeth Sankey, entre melosa y nocturna, pero sin dudas segura, sobre acordes de un teclado “cold and thick” (Done Forever), hasta convertirse en el mejor tema del disco. I’ve been waiting for this day: el arpegio de teclado se deforma y se reforma y es una marea hasta el últmo punto de giro, que es un puente colgante.  Como I Want You, es el  otro corazón del disco. Con Better Off… y 1988 en los extremos, la ironía y el sexo, Done Forever es uno de los órganos principales de un cuerpo veraniego.

Lástima que pusieron Ghost Train que ya estaba en su Young EP, tiñiéndolo de bonustrackismo y transoformando a 1988 en un track raro o puro. Todo por un puente buena onda como el “yo no sé mañana” de Luis Enrique. Y Terminan con 1988, que abre repitiendo diez veces eighty-eight, sigue con un “Remember ninghty eight four…” cerrando Welcome To Condale con algo que parece sinceridad y a todo volumen suena a fiesta. Bases que cruzan a Little Dragon con palmeras, letras contestadas de unos Pimpinela de anteojos de marco grueso que quieren o no pueden más. Teclados a lo Dire Strait con flequillo retro y la mínima intención de soltar la mano del que escucha. Los pendejos siempre bien combinados de Summer Camp agarran música, palabras y secretos de todos, los intercambian con ironía y despecho, amor, y se ponen a jugar.

(para http://www.afterhoursintokio.com.ar)

lunes, 31 de octubre de 2011

Laura Marling - A Creature I Don't Know (2011)



Probé una nueva. Consumí antes y después de escuchar A Creature I Don’t Know, productos de YouTube, sitios de multinacionales, blogs de afuera y blogs de adentro donde aparecía Laura Marling. Pero no consumí letras, información del disco, productores, etc. Nada de informacíon seria.
Primero leí una reseña de la BBC que me dejó pensando. Yo no sé si para todos o para quién, pero a veces creo que comparar a Bob Dylan con cualquiera es más fácil que simple y demente pensar, a secas, a Bob Dylan.

Después del chasco made in england vi un teaser de 'A Creature I Don´t Know', intercalado con La Cocina Del Show (Canal 13), del que que me impresionaron la música acompañada por el otoño, una rubia con rodete, una virgen y una estación de tren para tirarse a morir. AVELLANEDA.
Antes de verle la cara dejé. Empieza con The Muse. El primer arpegio y su sonido (los instrumentos que usaron, la mezcla, el formalismo técnico) me sonó a Bert Jansch. “El Nick Drake inglés” (y vivo). Rápido entra la banda, los trecillos y la duda: ¿el genérico de Norah Jones se aplica al folk? Pero ni siquiera puedo hacer un chiste malo porque, si hablo en términos genéricos, con dos minutos ya suena un folk-pop-progresivo, solos más rápidos, ella no para de cantar, el tema no explota y ¿ya estamos todos?
Con The Muse, entonces, doble suerte: no sólo que no era la banda, con artículo como nuevo miembro, sino que me gustó más que la música del teaser. Lo que había escuchado no era lo mejor del disco, cosa que me pone siempre contento. Sino me siento estafado.

Y vino lo casi peor: en blogs de acá me enteré que la palabra mística, AVELLANEDA, explicaba lo tan obvio como sorpresivo: efectivamente estuvo acá, durmió acá, filmó aca, tocó acá y efectivamente me la perdí. Digo “casi” porque estaba sonando Sophie.
No. Lo peor no es el tema. Después de una mitad folk, de madera anciana al lado del pasto fresco, el tema se vuelve más peligroso que un genérico del Doctor A. Robo. Los siguientes dos enormes minutos suenan… ¡country! Y de nuevo aclaro: digo “peligroso” porque podría haberme traído el recuerdo de American Style que sonaba en mi casa entre asado y sobredósis familiar. ¡No! El folk-country-pop de Sophie es un talibán del country, una estructura partida en dos, A-B, cielo o infierno, todo en comunión con coros que viajan como Paz Lenchantin (Songs For Lucy) desde MDQ hasta Los Ángeles y con los fuegos artificiales de los primeros 31 de diciembre que, por religión, pasé lejos de mi casa. Y todo con un nombre que por estos días no sé si es folk, sí de country y cada vez más pop(ular).

Lo peor fue cuestionar esa parte fundamental en reseñas que leo y escribo: con tantas músicas que se prenden como luciérnagas aisladas en mi memoria, ¿tiene sentido citarlas? No hablo de comparar sino tan sólo sugerir que desde Out Of Season no escuchaba un orquestación tan sobria (I Was Just a Card), que si su Dios quiere que por favor toque con Bonnie ‘Prince’ Billy, que el mejor tema parece un cover hecho por Mark Lanegan (The Beast), que Alain Johaness (Don’t Ask Me Why), la voz de Regina Spektor (My Friends), Tori Amos, Joni Mitchell o Reese Witherspoon? ¿No es hasta polícaco eso de minar el texto de otros sonidos? Y no saber la respuesta fue peor.
Pero menos mal que la escuché antes de verla (por YouTube).  En vivo es como si hubiera remontado esa carrera en la que lo último bueno que hizo fue ponerse de novia con Tom Green y además ella, Drew Barrymore, incendiara la guitarra mirando la naturaleza entera que florece en las butacas de un teatro. Hubiera sido tan menos poco objetivo ante semejante pedazo de objeto de arte.

No hubiera llegado a All my Rage, el último tema del disco, donde se confiesa. En Occidente (para el que cree que el mundo está partido en dos, que existe la otra mitad de la naranja, que está en Oriente y que es Richard Gere), también tenemos mantras. Tal vez con “occidentalismos”: se va hacia el futuro pero mirando hacia atrás, como viendo el campo pasado desde la luneta del auto (Sartre) y se empieza a cambiar la piel, a oír músicos al borde del llanto, a masticar con rabia, recordar quién fui, perder la pérdida, la ansiedad por liberarse, recordar al Diablo, cantar ahora sin bronca, el segundo estribillo y ya estamos todos, veintidos años, de frente al mar, cantar más fuerte, escupir lo podrido y la putamadre si fuera tan fácil.

Ese es el tema: Laura hace parecer que sí. Con la el sonido atronador pero pacífico de los recuerdos ella acusa, revuelve y purifica. Termina en una ceremonia sin miedo y sin mirar a los ojos. Con la nariz mirando al cielo. Y hace sentir que el folk es la última iglesia cristiana, la única, y a mí me hace creer que no fueron sus mejillas las que hicieron que hablara así de ella, sino que ese mundo creado en doce canciones es lo que vuelve a Laura Marling, simple y demente, Divina.