¿Cómo hablar de algo sin nombrarlo? Ponerle un nombre a lo que hace Mark Lanegan; decirle voz, ronquido, canto o expresión; todo da igual. Todo es inexacto. En Blues Funeral,
su último disco, Lanegan vuelve a mostrar lo que hace; suena como si
cantaran un millón de antepasados, recuerdos noventeros y campos de
algodón; todo saliendo de su sola mandíbula. Y como si fuera poco, las
composiciones y la instrumentación del disco no son homogéneas; se
condensan en la diferencia -en lo incondensable; los temas no se acotan a
un estilo, a un sistema y volvemos al principio: ¿cómo hablar de algo
sin poder darle un nombre?
Por momentos es bueno salir del sistema electro-pop publicitario que hoy
abunda. Y para eso, qué mejor que el rock: cualquier métrica, cualquier
escala, cualquier estilo está en su adentro. Género de géneros, desde
el blues como en Bleeding Muddy Waters hasta el disco de Ode To Sad
Disco, o del hard-rock de Riot In My House al folk de Leviathan; el rock
lo permite todo. Y por otro lado, en Blues Funeral Lanegan se
nutre de su propio y más íntimo sistema: rodeado de nombres como Alain
Johannes, Jack Irons, Josh Homme o Greg Dulli el disco se vuelve
imparable. Sin olvidar a Chris Goss, creador de Masters Of Reality y
fundador de una manera de hacer bandas tan clara como anti-sistémica y
verdadera: todos tocan con todos. Así, rodeado de amigos y sonidos, la
última obra de Lanegan nos transporta a Ian Astbury o Dandy Warhols
(Quiver Syndrome), al buen U2 (Harborview Hospital), a Soundgarden o
Crosby, Still, Nash & Young (Leviathan) y hasta a Portishead (Deep
Black Vanishing Train); y obviamente a Screaming Trees.
Es que al margen del slide, la caja de ritmos o del Hammond, Mark
Lanegan, que escribe y compone cada tema del disco, es de una raza de
otro planeta que hace mojarse hasta al rockero heterosexual más
recalcitrante. Quien haya tenido la suerte de haberlo visto en vivo
quizás entienda mejor: su voz no se eleva cristiana al cielo, sino que
desciende del escenario como lava hasta los pies de los mortales. Tiene
subwoofers en las dos pelotas. Y en St. Louis Elegy las muestra.
Un blues que ironiza con la idea de Jesús y canta borracho de lágrimas,
sincero, la mujer que ya no está y el invierno está llegando. Y todavía
no encuentro cómo definirlo. Quizás me cuesta, no sólo por lo que hace,
por lo que hizo, sino por imaginarme lo que va a hacer. Que nunca va a
parar. Vivido y por vivir. Hasta que le explote la garganta.
(para afterhoursintokio.com.ar)