Antes de renunciar al trabajo de librero del local del shopping del country del distanciamiento del todo -cualquier ironía vuelve como un boomerang a partir de que: yo decidí trabajar ahí- me llevé una grata sorpresa. Había empezado este 2011 y, como si existiera la Misa de la Justicia (Dios), EDICIONES B mandó una colección de libros eróticos astutamente titulada sexyBOOKS. Como si fuera poco, esa sorpresa pasó a segundo plano ante la emocionante sorpresa de que alguien había reservado un título de la colección, y encima a mi encargada esa alguien le había caído mal. ¡Hermosa sorpresa!
Cuando pensé, y me acordé que no era ninguna sorpresa que a mi encargada le cayera mal quien reservó un libro que yo reservaría, me encargué de sacar ese libro del cajón de pedidos (que, para mí como librero, esperaba al resevador como un japonés la pena de muerte) y lo leí. El título era Azótame.
El libro, que en la tapa tiene una pollera de colegiala levantada por las uñas de una no-colegiala que decide mostrar el culo y casi ridículamente unas medias de red mostrando unas maduras adultas, todo teñido de verde manzana, reza:
Azótame
20 relatos eróticos
Antología de Miranda Forbes
La tapa lo dice todo. Por empezar esa traducción española que en primera instancia nos lleva al lugar común de reírnos de "la traducción gallega", inventando distancia de antemano, olvidando que "El malvado" de Bukowski o Cuentos Para Enrojecer Caperucitas de Enard, son geniales traducidos como sea -y sino preguntárselo a Arlt- Pero en Azótame la sobreabundancia de bragas, pollas, coños y corridas, que me hizo creer la traducción como principal factor de sus fallas, me hizo pensar, en segunda instancia, que las fallas están lejos de la traducción y cerca de su promesa.
Los azotes -marcarle lo que esté a mano en la piel de tu pareja cuando está en cuatro, ponele- aparecen de manera repetida y por ende después de un rato aburrida por la misma repetición: manos, manos y más manos, algunos látigos, algunas reglas y otros elementos convencionales que también se repiten en el triste cine media equis de tevé por cable.
Lo erótico (bombacha: no concha; camisón: no pezón), que como género en la literatura abarca también lo porno no-sé-por-qué, tampoco se dá. Por ejemplo, mientras que en Zonas Húmedas, de Roche se llega al porno a partir de un erotismo, en esta antología uno se encuentra directamente con secretarias, strippers o compañeras de golf siempre a punto de ser azotadas por unas manos, siempre heterosexuales (el lesbianismo como se plantea es heterosexualidad), sin crear un mundo verosímil y anterior para, como se dice en la jerga, "calentar el pancho".
Y por último, de antología no tiene nada. Una antología de autores diversos ("celebrados autores de ficción erótica contemporánea" miente la contratapa) se supone una variedad de distintos autores ¿no? De distintas marcas de autor, estilos, plumas, notebooks, sueldos, como quieras llamarlos. Acá se lee una propuesta homogenea, despersonalizada. Des-autor-izada, si se quiere. Temiendo una posible verdad: escritores a sueldo con un mismo objetivo en común: vender. Escribidores, les diría Barthes.
Entonces, y parabólicamente volviendo al comienzo, la tapa lo dice todo: un libro que promete el azote, el erotismo y la junta de distintas voces, siempre y cuando consideremos que en la tapa está ese culo Tinelliesco, que lo único que genera en la lectura de mi pareja es: "ese culo está bueno, pero está teñido de verde manzana, ese verde que no me calienta mi amor, y además arruina al mismo culo de la tapa". Y lo que realmente queda es aceptar la mentira. Y a partir de eso saber que no era del country, que quien lo reservó es quien comparte conmigo hoy día su cama, y que la mejor manera de calentarnos con literatura es escribiéndola nosotros mismos.
No lean esta colección. O este título al menos. Y sorpresa acabada.